Sobre mí

Historia inspiradora de emprendimiento

Tenía diez u once años.

Jugaba en el fondo de mi casa, era amplio con árboles de pomelo, limón, mamones que nadie comía pero que hoy me encata saborear su pulpa carnosa, suave y dulce, y muchas plantas que mi madre adoraba.

El patio de tierra, rodeado por un alambrado de rombos, como se lo conocía, por el entramado de su construcción, servía de límite entre las casas. Estaba a mi altura, o más bien, yo había alcanzado ya ese nivel con el paso del tiempo.

Esta es una historia inspiradora para mí porque a los 8 años comencé a emprender vendiendo los pomelos que se caían en el patio y que tenía que limpiar, asi encontré una salida para tener algunas monedas en el bolsillo.

Una mañana de esas calientes como casi todos los días, sol pleno de verano, la humedad se pegaba entre mi camisa y mi piel. Hasta hoy no sé porqué me obligaban a usar camisa.

Desde mi patio podía ver el fondo de las otras casas

Tenían la misma construcción y casi ninguna con tanta vegetación como la nuestra. Ese día la señora de Muller, así la llamábamos por el apellido del esposo, estaba barriendo atrás.

De repente deja de barrer, yo la estaba observando, después de todo no tenía otra cosa que hacer y ella era la madre de mis amigos. Levanta la cabeza, me mira y me dice «qué mirás negro rasposo».

La sorpresa del momento hizo que mi cuerpo temblara por un instante, como si estuviera cometiendo un crimen y que me descubrieron haciendo algo que la inquisición podría castigar con la hoguera.

Sí, hoy puedo describirlo así, pero en ese momento y a esa edad, era más posible que lo olvidara enseguida. Después de todo era un niño en vacaciones de escuela, sin mayores obligaciones que la de jugar.

Pero no, eso estuvo y está presente en mis recuerdos.

¿Que me marcó?

No, para nada. Es cierto que tengo piel oscura, pero no para tanto, y no puedo cambiarla. Que tenga raspones, sí, muchos, a esa edad jugaba de arquero y andaba por el suelo todo el tiempo. Al menos, ni siquiera lo pensé, seguí con mi vida.

Sin embargo, por algo recuerdo ese momento. Fue desagrable saber que la mamá de tus amigos te tiene con esa clasificación, ni siquiera me dí cuenta de lo malo, solo era amigo de sus hijos con los que jugábamos todos los días. Esa señora pudo arruinar mi vida que estaba entrando en la adoslescencia.

Haciendo que pensara cualquier cosa de mí, que me sintiera inferior por no tener el mismo color de piel que ella. Solo sé que su caracter no la dejaba ser de otra manera, o quizás tantas responsabilidades le impedían ser feliz.

Esa actitud de niño es la que deberíamos tener hoy, ponerte mal por un momento está bien, pero que la situación que pases no defina tu destino, tu vida o ni siquiera que arruine el momento que pasas.

Todos tienen derecho a sentirse mal, y también a ser capaces de tomar acción ante lo que pueda afectar.

Agradezco este recuerdo porque puedo mostrarte que las situaciones en la vida son nada más que momentos que enseñan algo, no tienen que dañar tu autoestima, porque es tuya y eres la persona que la necesita para vivir una vida plena.

Por eso digo que venimos al mundo con todo lo necesario para ser felices, que la vida está preparada para que lo logremos, pero en el camino vamos perdiendo el equipaje sin darnos cuenta. Pero hay solución, para todo hay solución.

Un niño con diez años no sabe bien lo que tiene que hacer, pero no deja que el mal humor de los adultos lo afecten, es porque todavía tiene parte de esas herramientas que trae al nacer. Le resta importancia a cualquier hecho que intente impedir su felicidad por jugar.

Es que no tiene otra cosa más importante que hacer que vivir el presente.

Cuando es adulto tiene tantas responsabilidades que cree que puede echar la culpa a todo el mundo a su alrededor, porque está tan ocupado con lo más importante en ese momento, tratar de vivir. La felicidad del niño quedó en el patio del fondo, entre las plantas y lleno del polvo de la tierra.

Es parte de la vida, pero mira, es parte de lo que decides hacer con lo que sucede en tu día a día. Si llegaste hasta aquí leyendo es porque necesitas que alguien te escuche, tal vez, no te solucione nada, pero puedes encontrar compañía para saber si estás en el camino correcto o tienes que corregir el rumbo.

Nadie sabe lo que tienes que hacer, solo tú. Solo que en este momento no lo estás viendo.

Puedo ser yo ese profesional o alguien con la piel más blanca, no importa, lo que si importa es tu decisión de descubrir estrategias de superación para cuando la frustración quiera atraparte.

Tengo muchas historias que decidí compartir en este blog y por correo, si sabes de alguien a quien pueda hacerle falta un oído y que lo llene de preguntas pasale mi web o invítalo a suscribirse a mis correos.

Gracias por darme una oportunidad de aprender más

Aquí te espero.